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Distribución de una domus romana: la latrina

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A excepción de las casas patricias, las casas romanas carecían de letrinas. Por lo general en las insulae [1] se situaba una tinaja en la planta baja bajo la escalera, o bien una fosa, donde cada vecino vaciaba los excrementos que, desde su casa, llevaba en un recipiente, eso si no lo arrojaban desde las ventanas, sobre todo desde los pisos más altos desde donde daba más pereza bajarlos.

No toda la orina se deshechaba. Por las calles había vasijas donde, especialmente los hombres, podían orinar. Esta orina era utilizada en las fullonicae [2] para blanquear la ropa gracias a su alto contenido en amoníaco. Dado su uso industrial, Vespasiano dictó una ley para cobrar un impuesto sobre la orina. También utilizaban la propia orina, mezclada con piedra pómez pulverizada, como dentífrico.

Además existían los forica, letrinas comunitarias, tanto en recintos especiales, como las encontradas en Ostia Antica, como integradas en las termas, en cuyo caso se utilizaba el agua usada en los baños para arrastrar los restos hasta las cloacas.

Los forica consistían en largos asientos corridos horadados con agujeros donde las personas se sentaban, unas junto a otras, para evacuar mientras se charlaba de política, negocios o se comentaban chismes. Al terminar se limpiaban con unas esponjillas atadas a un palo que estaban preparadas en un recipiente. Una vez usadas, se devolvía el palo y se tiraba la esponjilla por el agujero. Por debajo de los asientos corría contínuamente el agua para su limpieza. Como curiosidad señalar que era común mandar a sentarse a los esclavos en las letrinas para que la piedra estuviese caliente para el amo.

También es muy significativo el hecho de que estas letrinas eran utilizadas como espacio de encuentro donde charlar y ponerse al día de todas las noticias que acaecían en la ciudad cuidándose muchísimo la limpieza de las instalaciones por lo que se abonaba por su uso una cantidad de dinero destinada a su mantenimiento.

En las domus, casas patricias, y villas había una letrina consistente en un asiento con agujero que funcionaba igual que los forica. Se situaban en la cocina, junto a las pilas para fregar y así aprovechar el agua para arrastrar los deshechos.

A medida que avanzó la época imperial se construyeron en las casas patricias termas privadas, no por cuestiones de pudor, sino de clase, para no mezclarse con el pueblo y los esclavos en las termas públicas. En estos complejos termales privados se incorporaron letrinas donde el dominus compartía ‘asiento’ con sus invitados.

Las mujeres patricias realizaban sus necesidades fisiológicas en sus aposentos, en orinales que las esclavas se encargaban de limpiar.

Cuando la letrina se condenaba al sector de cocinas o al emplazamiento aún más higiénico e idóneo, junto a los baños, se hacía no por intimidad sino por aislamiento, por evitar los malos olores apartándolos del sector residencial. En una cultura que convertía el baño en una actividad cotidiana, que gustaba de la cosmética y los afeites, que volvía a recurrir a las abluciones y perfumes antes y durante las cenas, nada hay tan desagradable e infame como las letrinas. “Despides el hedor de la más repulsiva letrina” decía un personaje de la novela de Apuleyo (Met. 1, 17,6)[3]


 

Bibliografía:

Fernández Vega, P. A., La casa romana

http://www.domuspompeiana.com

http://www.quhist.com


 

[1] Edificio de pisos

[2] lavanderías

[3] Fernández Vega, P.A. “La casa romana”